miércoles, 29 de abril de 2009
PARAMILITARES Y GUERRILLOS
La lora
- ¡Cómo se le ocurre! - Beatriz se enojó consigo misma; claro, el momento no era para bromas: los paramilitares habían cercado un pueblo y, como siempre, dejaron su firma entre la gente: sangre y muerte, muerte y sangre. Estaban cerca. Se ordenó la formación. Entre la rabia y la proximidad del combate, Beatriz habló sobre la lora:
- ¿Y si la llevamos?-
-¡Cómo se le ocurre!- gritó el comandante.
Sabía que era imposible, y si la lora hablaba? Desde que la encontraron herida y mojada; desde que la curaron, desde que la alimentaron y la hicieron la mascota del cucho había hecho ruido, aún así, la broma fue angustiosa. Después de la voz de avance, el comandante se le acercó: "Vea Beatriz, el miedo no hay que dejarlo, nada más que no la asuste". La columna avanzó. La noche reflejaba los sonidos de lo por venir. Cuando las balas callaron, los asesinos corrieron; dejaron detrás a sus heridos, sus armas y provisiones; no importaba, el patrón proveerá. Había sido un combate difícil, como todos, y la victoria sembró otro árbol. Cuando se llamó al recuento, Beatriz no estaba; entre el silbar de la noche, se había quedado atrapada entre la huída de los asesinos. Sintió que la buscaban. Una bala le confirmó su suerte. Escondida tras un árbol vio a la lora. Era imposible: la dejaron en el campamento. En ese momento supo que alguien le apuntaba, los recuerdos llenaron el monte, su mano acariciaba la pistola pero era inútil, el paramilitar estaba detrás. La lora miraba. El tiempo se extendió hasta el abismo. El militar paramilitar sonrió; un grito lo obligó a voltear; Beatriz gastó una bala antes de volver al campamento. La lora estaba curada: cantó.
- ¡Cómo se le ocurre! - Beatriz se enojó consigo misma; claro, el momento no era para bromas: los paramilitares habían cercado un pueblo y, como siempre, dejaron su firma entre la gente: sangre y muerte, muerte y sangre. Estaban cerca. Se ordenó la formación. Entre la rabia y la proximidad del combate, Beatriz habló sobre la lora:
- ¿Y si la llevamos?-
-¡Cómo se le ocurre!- gritó el comandante.
Sabía que era imposible, y si la lora hablaba? Desde que la encontraron herida y mojada; desde que la curaron, desde que la alimentaron y la hicieron la mascota del cucho había hecho ruido, aún así, la broma fue angustiosa. Después de la voz de avance, el comandante se le acercó: "Vea Beatriz, el miedo no hay que dejarlo, nada más que no la asuste". La columna avanzó. La noche reflejaba los sonidos de lo por venir. Cuando las balas callaron, los asesinos corrieron; dejaron detrás a sus heridos, sus armas y provisiones; no importaba, el patrón proveerá. Había sido un combate difícil, como todos, y la victoria sembró otro árbol. Cuando se llamó al recuento, Beatriz no estaba; entre el silbar de la noche, se había quedado atrapada entre la huída de los asesinos. Sintió que la buscaban. Una bala le confirmó su suerte. Escondida tras un árbol vio a la lora. Era imposible: la dejaron en el campamento. En ese momento supo que alguien le apuntaba, los recuerdos llenaron el monte, su mano acariciaba la pistola pero era inútil, el paramilitar estaba detrás. La lora miraba. El tiempo se extendió hasta el abismo. El militar paramilitar sonrió; un grito lo obligó a voltear; Beatriz gastó una bala antes de volver al campamento. La lora estaba curada: cantó.
Etiquetas:
BALACEO,
ENFRENTAMIENTO PARAMILITAR Y GUERRILLERO,
LA LORA
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