


¿Sabe? uno se va acostumbrando, pero es muy verraco estar lejos de su tierra, a Ud. como no le importó lo que pasaba, ni se entero. Los dos primeros años de facultad, ¿los recuerda? nada especial, uno mas, tras las viejas, Imelda !que buena!, idas a la heladería, el traguito y los tangos, ¡qué tiempos!
Eso no era nada hermano, lo mejor, los fines de semana en Marinilla: El hijo de don Oto, el de la mejor finca cafetera, el futuro doctor, con el pantalón blanco, la camisa roja, las botas media caña, el carriel terciado y, a la calle mijo, guaro ventiao, las viejas que se peleaban por mí, cómo el hombre tenía su pinta, ¿o no?
Ese día, frente a la rectoría, en el mitin contra la privatización, ahí me vieron adelante, gritando, indignado, y, ahí fue Troya, me ubicaron. Nos siguieron hasta la heladería, se unieron al combo, el tema fue la privatización, ¡ni por el putas la íbamos permitir!, otra botella de guaro.
Fue Mariela y Sergio los que susurraron - compañero tenemos que hablar - -hablemos- les dije - ¡aquí no!, vamos al apartamento, -respondieron -. Izquierdistas los llamaban en la universidad, me eran indiferentes, gente sin oficio. Eso no va conmigo. El tono fraternal me impactó y mas aun el misterioso: ¡aquí no!
Amanecimos hablando, bueno hablaron ellos, de todo: de la oligarquía, del socialismo, que la plusvalía, que la dependencia, la patria grande, la Unión Patriótica. Y, yo, como bobo que se le aparece la virgen, ¿donde había estado? ¿porqué no me enteré antes? Lo importante era que ya lo sabía y, listo, - cuenten conmigo compañeros - les dije.
A los seis meses en Marinilla colgamos un aviso, así de grande: Comando de la Unión Patriótica, en la casa de uno de los nuevos militantes, ya sumábamos como 50: bachilleres, obreros de la secadora de café y unos empleados del municipio.
Los sábados culturales en el parque: teatro, trova, canto y ¡que viva la Unión Patriótica y abajo la oligarquía! ¿Ese no es el doctorcito, el hijo de don Oto? y como que suena para concejal, dicen que dos o tres van a sacar- comentaba la gente.
Fue un martes por la mañana, en la casa de los viejos, salía para la universidad y, va llegando Sergio, -¿ que haces aquí ?-, cuando entran cuatros tipos con metralletas y pistolas - ¡al piso hijueputas! - dicen, nos van sacando y a un Nissan blanco vamos a parar.
La cara contra el asiento trasero. ¿Que pasa?, rápido recuento mis actividades, no encuentro motivo para una detención, me tranquilizo - vienen por Sergio es el jefe, en algo andará -. Estamos saliendo del pueblo, el que parecía el jefe dice - este hijueputa no lo necesitamos - y en marcha abren la puerta y tiran a Sergio.
- ¡Mierda, la cosa es conmigo! - me da un culillo el macho, recuerdo los compañeros acribillados en la universidad, los que aparecieron despedazados a las afueras de Medellín y los dirigentes asesinados por todo el país. Uno de los tipos esta sentado sobre mis hombros, siento un cañón en la cabeza. -¡A mí, que me maten, torturas ni por el putas! -.¡
Como un volcán que explota, me impulso hacia arriba, el tipo cae al piso, al chofer lo agarro por el cuello, pateo a los de atrás, con la otra mano golpeo al de adelante. Es cosa de segundos, pierden el control y el carro esta a punto de chocar.
-¡Este hijueputa se muere aquí!- grita el mismo que hablo antes, siento el cañón encima de la oreja derecha, ¡pum! Y, ahí fue que me mataron, bueno, eso creyeron. A los ocho días desperté en el hospital, en medio de los compañeros de la facultad de medicina y el decano, que me dice - los milagros existen mijo-. Me sacaron del país. Y...ahora sí, Ud. que viene de allá, ¿como está mi querida Colombia?
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